25 noviembre, 2007

Lachapelle

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David de Lachapelle, se despidió hace un año de Vanity Fair, para dedicarse de pleno al arte. Ahora en el Palazzo Reale de Milán se presenta una retrospectiva con 350 imágenes.

Entre todas sus obras destaca esas imágenes que veis, una versión contemporánea de el Diluvio Universal que Miguel Ángel pintara en la Capilla Sixtina. La escena está ambientada en Las Vegas e incluye las ruinas del famoso hotel Caesars Palace. Una reflexión sobre la muerte, la ayuda a los otros, el consumismo...


San Sebastián, Mishima y su momento erótico

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“Era una reproducción del “San Sebastián” de Guido Reni que se encuentra en la colección del Palazzo Rosso de Génova.

El negro y levemente inclinado tronco del árbol de la ejecución destacaba sobre un fondo a lo Tiziano, formado por un bosque melancólico y un cielo sombrío y distante. Un joven de notable belleza estaba, desnudo, atado al tronco del árbol. Tenía las manos cruzadas en alto, por encima de la cabeza, y las cuerdas que le ceñían las muñecas estaban a su vez atadas al árbol. No se veían más ligaduras, y la desnudez del joven sólo la paliaba un burdo paño blanco, flojamente anudado a la altura de las ingles.

Supuse que se trataba de la representación de martirio de un cristiano. Pero como la obra se debía a un pintor de la escuela ecléctica surgida del Renacimiento, incluso la pintura de la muerte de un santo cristiano desprendía un fuerte aroma a cultura pagana. En el cuerpo del joven –que recordaba el de Antínoo, el amado de Adriano, cuya belleza tantas veces ha inmortalizado la escultura – no se veían rastros del duro vivir o de la decrepitud que en tantas representaciones de santos se ven. Contrariamente, en aquel cuerpo sólo había juventud primaveral, luz, belleza y placer.

Su blanca e incomparable desnudez resplandece sobre el fondo crepuscular. Sus brazos musculosos, brazos de guardia pretoriano acostumbrados a tensar el arco y a blandir la espada, están alzados en grácil ángulo, y sus muñecas atadas se cruzan inmediatamente encima de la cabeza. Tiene la cabeza levemente alzada y los ojos abiertos de par en par, contemplando con profunda tranquilidad la gloria de los cielos. No es dolor lo que emana de u terso pecho, de su tenso abdomen, de sus caderas levemente inclinadas, sino una llama de melancólico placer, como el que produce la música. Si no fuera por las flechas con la punta profundamente hundida en el sobaco izquierdo y en el costado derecho, parecería un atleta romano descansando de su fatiga, apoyado en un oscuro árbol de un jardín.

Las flechas se han hundido en la carne tersa, fragante y juvenil, y pronto consumirán el cuerpo, desde dentro, con llamas de supremo dolor éxtasis. Pero la sangre no mana, y no hay aún la multitud de flechas que se ven en otras representaciones del martirio de san Sebastián. Esas dos solitarias flechas proyectan sus calmas y gráciles sombras en la tersura de su piel, como las sombras de una rama en una escalinata de mármol.

Pero todas estas observaciones e interpretaciones son posteriores.

Aquel día, en el instante en que mi vista se posó en el cuadro, todo mi ser se estremeció de pagano goce. Se me levantó la sangre y se me hincharon las ingles como impulsadas por la ira. Aquella parte monstruosa de mi ser que estaba a punto de estallar esperó que la utilizara, con un ardor sin precedentes, acusándome por mi ignorancia, jadeando indignada. Mis manos, de forma totalmente inconsciente, iniciaron unos movimientos que nadie les había enseñado. Sentí que algo secreto y radiante se elevaba, con paso rápido, para atacarme desde dentro de mí. De repente estalló y trajo consigo una cegadora embriaguez...

Paso cierto tiempo y, luego, sintiéndome desdichado, miré alrededor de la mesa escritorio tras la que me hallaba. Un arce que crecía junto a la ventana proyectaba sobre todas las cosas un resplandeciente reflejo, lo proyectaba sobre un tintero, sobre el cuadro de san Sebastián. Había salpicaduras blancas como las nubes en todas partes, en el título de letras doradas de un libro de texto, en el cuello del tintero, en un ángulo del diccionario. En algunos objetos las salpicaduras resbalaban perezosamente, con plúmbea pesadez, en otros lanzaban un brillo mate, como los ojos del pescado. Afortunadamente, mi mano, en movimiento reflejo, protegió el cuadro, evitando que el libro se manchara”.

“Confesiones de una máscara”
Yukio Mishima

“Non, je ne regrette rien”

En el post de Edith Piaf (dos más abajo), prometía traducir la canción del “je ne regrette rien”, por aquello de que cuando la cantó, la francesa lloró de emoción al reconocerse en todos los versos y cómo me puede el saber que es lo que motivaron sus lágrimas, ahí va:

"No, no me arrepiento de nada.
Ni del bien que me han hecho, ni del mal
Todo eso me da lo mismo
No, nada de nada
No, no me arrepiento de nada
Está pagado, barrido, olvidado
Me da lo mismo el pasado.
Con mis recuerdos
Yo prendí el fuego
Mis tristezas, mis placeres
Ya no tengo necesidad de ellos.
Barridos mis amores con sus trémolos
barridos para siempre
Vuelvo a partir de cero
No, nada de nada
No, no me arrepiento de nada
Ni del bien que me han hecho, ni del mal
Todo eso me da lo mismo
No, nada de nada
No, no me arrepiento de nada
Pues mi vida, mis alegrías hoycomienzan contigo..."

16 noviembre, 2007

Jardines verticales

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Su inventor es el botánico francés Patrick Blanc y crea jardines en las paredes. Tiene la peculiaridad de que además de plantar numerosas especies vegetales sobre los muros, le da por pintarse la uñas de las manos en tonos clorofila.

Edith Piaf

Soy una apasionada de Edith Piaf, quizá, devoción heredada de mi madre que la vio y oyó cantar en el Olimpia de París en una de sus últimas apariciones ya muy deteriorada por el trasiego y devaneos de su vida. Tengo discos, heredados también, de aquellos que llamaban entonces LP’s, creo que tengo, en un formato u otro, toda su discografía. Me gustaría hacerla un semblante porque es uno de mis personajes favoritos, pero se lo pedí a una geisha amiga que también es una entusiasta de la francesa y me ha escrito estas líneas para el jardín:



Edith Piaf, una voz para llorar, una voz para soñar

El 14 de octubre de 1963, más de cuarenta mil personas caminaron en silencio por las calles de París hasta el cementerio de Pere-Chalaise, iban a despedir a la mujer que había puesto banda sonora a sus vidas. Tres décadas antes, su descubridor, el gerente de cabarét Louis Leplée, la había bautizado para la historia como “La Môme Piaf”, la niña Gorrión, sin ser consciente, quizás, que estaba creando una leyenda.

Pero ser un mito para millones de personas no es sencillo, no solo es necesario poseer una voz vibrante, se necesita imprimir a tus canciones una pasión y una fuerza tales, que traspasen cualquier obstáculo, y lleguen a tu público sobresaltándolo, alterando, por un breve instante, unas vidas hasta entonces grises y convencionales.

Mucho se ha discutido sobre si Piaf hubiera sido Piaf sin los acontecimientos trágicos que marcaron su existencia, algunos tristemente ciertos y otros exagerados por la propia cantante en su biografía “Au bal du Chance”. Seguramente, le tocó vivir uno de los periodos más convulsos y oscuros de la historia de Francia, pero no se le puede negar que estuvo a la altura.

Nada en la trayectoria de Edith Piaf fue convencional, Su nacimiento, según cuentan, se produjo debajo de una farola frente al número 72 de la rue de Belleville en París. Desde entonces la pequeña Edith Giovanna Gassion, su verdadero nombre, va pasando de mano en mano. Su madre, cantante ambulante, demasiado pobre para criarla, la confía a su abuela materna, quien a su vez la entrega a su padre, un acróbata. Son los años de la Primera Guerra Mundial y el señor Gassion es llamado a filas, así que tiene que dejar a su hija con su abuela paterna, la cual regenta un prostíbulo. Serán unos de los años más felices de su vida, por primera vez conoce un verdadero hogar, y recibe los mimos de las prostitutas de la casa.

Cuando por fin su padre es liberado del frente, la lleva consigo a vivir la vida de los pequeños circos itinerantes, pero la pequeña Edith guardaba un secreto, su prodigiosa voz, que una vez revelada, servirá para dar de comer a los Gassion, cantando canciones populares por las calles.

La vida de Edith Piaf no fue una “Vie en rose”, como dice su canción más célebre, sino una existencia llena de claroscuros. El amor y la tragedia se suceden constantemente, y en medio de todo ello, la intérprete se revela como una verdadera superviviente, para la que solo existe algo definitivo: “si no pudiera cantar, me moriría”, comenta varias veces. El primer golpe lo recibió a los 20 años. En 1935, a los dos años de edad, muere de meningitis su única hija. Un año después, grabaría su primer disco, “Les Mômes de la cloche” (“Los niños de la campana”). Su ascendencia es vertiginosa. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Edith es ya una estrella de la canción, adorada por el público, que canta en los más selectos clubs y music-halls de París.

A pesar de haber vivido romances con hombres tan conocidos como Marlon Brando, Yves Montand o Charles Aznavour, es en 1948, mientras realiza una gira triunfal por Estados Unidos, cuando conoce al que iba a convertirse en el amor de su vida, el boxeador francés, Marcel Cerdán, campeón del mundo de peso medio. Por primera vez, cree en la felicidad completa, pero una vez más la tragedia vuelve a golpearla, Cerdan muere en un accidente de avión cuando viajaba a reunirse con ella. Derrumbada por la pena, Edith Piaf se vuelve adicta a la morfina. En 1958, un grave accidente de coche empeora su ya deteriorado estado de salud y dependencia. A partir de entonces, ya solo podrá mantenerse en pie en escena gracias (o por desgracia) a esta droga.

El 10 de octubre de 1963, a los 47 años de edad, la musa de los existencialistas franceses, el icono de una generación, fallece, dejando desolado a su público y a un grupo de fieles amigos, que nunca la abandonaron en sus peores momentos. Dos años antes, al escuchar “Non, je ne regrette rien” (“No me arrepiento de nada”), había llorado de emoción al reconocerse en todos sus versos.

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Nota de Geisha: prometo traducir en breve esa canción y colocarla por aquí para no dejar al personal a media luz.

13 noviembre, 2007

Photoshopeando

Dime que le falta a esta foto

10 noviembre, 2007

Nubes

Quien no alguna vez de viaje y con la cabeza pegada en la ventanilla del tren, del avión, del coche, o en bicicleta o paseando se ha entretenido con las formas de las nubes y los dibujos que parecen ser que parecen.

Este por ejemplo me parece un caballito de mar... subjetivo total.


Aunque claro las mejores son las nubes crepusculares. En este caso uno de Las Vegas


The Cloud Appreciation Society es una web en donde se recogen más de 3.000 imágenes de toda clase y tipo de nubes.

09 noviembre, 2007

La Agencia fotográfica Magnum

La élite de la fotografía y del fotoperiodismo es la Agencia Magnum que funciona a modo de cooperativa y en ella se dan cita los mejores fotógrafos y fotógrafas del mundo. Fui invitada a conmemorar el 60 aniversario de la Agencia y tuve la oportunidad de hablar con el representante en España de Magnum.

Tenía muchas preguntas, entre ellas y la más importante, los requisitos para poder llegar a ser miembro de la Agencia. Por lo visto el camino es difícil y complicado. No basta sólo con querer entrar en la agencia, antes el candidato o candidata debe ser nominado por una persona integrante de la agencia y a partir de ahí se abre un proceso de tres años, en los que la persona aspirante deberá cumplir una serie de requisitos fotográficos como hacer reportajes, tener presencia en medios, estar presente en exposiciones colectiva o individuales, en libros y, además, tendrá que presentar a la agencia una colección de imágenes de una temática determinada que se valorará en una asamblea compuesta por sus 46 miembros y 12 entidades asociadas. Si la persona consigue entrar en este club selecto fotográfico podrá trabajar exclusivamente para la agencia y proteger sus derechos artísticos. La agencia, me explica el representante, trata de que los fotógrafos y fotógrafas puedan vivir de sus trabajos.

La agencia fue fundada en 1947 por los reporteros Henri Cartier-Bresson, Robert Capa, Seymour, George Rodger, Hill Vandivert, María Eisner y Rita Vandivert que fue la primera presidenta de la agencia; cada uno de ellos aportó 400 dólares para crear la cooperativa en la que serían los propios fotógrafos los que tendrían los derechos de sus propias imágenes ya que hasta entonces las empresas que compraban las instantáneas podían usarlas siempre que lo desearan sin pagar a sus autores.


Autora: Susan Meiselas

El club selecto de la agencia está compuesto en su mayoría por hombres, unos 46 fotógrafos de diferentes nacionalidades. En la actualidad, sólo son cooperativistas cinco mujeres fotógrafas, Eve Arnold, conocida por sus retratos sobre Marilyn Monroe; Susan Meiselas, una de las más reconocidas fotógrafas documentales que cubrió durante muchos años los conflictos en Centroamérica y cuyas imágenes de strippers son muy famosas; Lise Sarfati, conocida por sus retratos de mujeres adolescentes; Iikka Uimonen, la representante más joven y fotoperiodista habitual de la revista Nacional Geographic y Martine Franck, viuda del mítico Cartier-Bresson que estudió historia del arte en Madrid y es conocida por sus instantáneas del Théatre du Soleil y por sus imágenes budistas de la India y Nepal. Otras mujeres que formaron parte de la Agencia y están fallecidas fueron Inge Morath, esposa de Arthur Miller y Marilyn Silverstone.

En breve, se integrará al club, la española Cristina García Rodero, considerada como una de las fotógrafas de mayor relieve y trascendencia creativa en España. Se dedicó durante años a fotografiar las celebraciones populares y las tradiciones religiosas y paganas en España y en la Europa mediterránea.


Autora: Cristina García Rodero

Qué les pasa a ELLOS y a ELLAS

Envió un email a una amiga diciéndola que desde que cumplí años, hace unos días, ando desatada.

Y ella va y me contesta, en resumidas cuentas, que es monísima de la muerte pero que ha renunciado a estar de forma estable con alguien y ha decido ser single, desatarse y lanzar esporádicamente algún que otro sos a algún energúmeno.

Ella dice: Ah, con que mi empresario ya no tiene cartel de reservado...uhmmmmmmm, ¡ahora que va a ser de mí!... bueno para un momento de bajón quizás me lo puedas hasta prestar por un ratito... Yo la verdad que no estoy muy desatada que digamos, siempre pensé en una relación estable pero como hasta ahora no he encontrado nada que merezca la pena (y dudo que exista) y como cada vez creo menos en el sexo masculino, creo que empiezo a desestimar ésos planteamientos... He recapacitado: la vida de "single" no está nada mal, eso sí, con un energúmeno/os siempre en cartera (del cual pases ampliamente... pues para complicaciones no estamos) y al que poder lanzar un sos cuando se necesite... pues manos a la obra, esa es mi propuesta, la que jamás pensé que fuera a pensar pero que siento tal y como te la cuento. Creo que tengo que dedicarme un poco menos al trabajo e incrementar las relaciones sociales... Nos vemos! MUAKKKKKKKKK!

Y Geisha dice: Si, si, yo a ver si me dedico menos a las relaciones sociales y más al trabajo. Y digo yo, para qué querrá mi amiga establecer relaciones con energúmenos, que horror... preferiría antes regar mi jardín singlemente.

03 noviembre, 2007

Glenn Gould


Este año se cumple el 25 aniversario del fallecimiento del mejor pianista (sin dudarlo) del siglo XX, interpretó de forma insuperable las “Variaciones Goldberg” de Bach.

El músico canadiense admiraba a William Byrd, Hindemith, Schönberg y sobre todo a Bach. Sentía un especial rechazo por las sonatas para piano de Mozart y odiaba a los The beatles.

Fue un estupendo músico y un maravilloso excéntrico que se retiró de los escenarios a los 32 años y en pleno apogeo. No actuaría más delante del público entre otras cosas porque no soportaba los “ruiditos”, aunque sí, grabaría unos 60 discos sin repetir repertorio, a excepción de sus idas y vueltas de sus “Variaciones Goldberg”.

Entres sus peculiaridades destacaba su forma de sentarse al piano utilizando una silla particorta que le situaba a ras de suelo, tarareaba siempre cuando estaba al piano y su personalidad hipocondríaca le hacía usar guantes, abrigo y bufanda, independientemente de la estación climática del año.



Se han editado dos libros: un ensayo, “Conversaciones con Glenn Gould” y una biografía, “Vida y arte de Glenn Gould”.