16 noviembre, 2007

Edith Piaf

Soy una apasionada de Edith Piaf, quizá, devoción heredada de mi madre que la vio y oyó cantar en el Olimpia de París en una de sus últimas apariciones ya muy deteriorada por el trasiego y devaneos de su vida. Tengo discos, heredados también, de aquellos que llamaban entonces LP’s, creo que tengo, en un formato u otro, toda su discografía. Me gustaría hacerla un semblante porque es uno de mis personajes favoritos, pero se lo pedí a una geisha amiga que también es una entusiasta de la francesa y me ha escrito estas líneas para el jardín:



Edith Piaf, una voz para llorar, una voz para soñar

El 14 de octubre de 1963, más de cuarenta mil personas caminaron en silencio por las calles de París hasta el cementerio de Pere-Chalaise, iban a despedir a la mujer que había puesto banda sonora a sus vidas. Tres décadas antes, su descubridor, el gerente de cabarét Louis Leplée, la había bautizado para la historia como “La Môme Piaf”, la niña Gorrión, sin ser consciente, quizás, que estaba creando una leyenda.

Pero ser un mito para millones de personas no es sencillo, no solo es necesario poseer una voz vibrante, se necesita imprimir a tus canciones una pasión y una fuerza tales, que traspasen cualquier obstáculo, y lleguen a tu público sobresaltándolo, alterando, por un breve instante, unas vidas hasta entonces grises y convencionales.

Mucho se ha discutido sobre si Piaf hubiera sido Piaf sin los acontecimientos trágicos que marcaron su existencia, algunos tristemente ciertos y otros exagerados por la propia cantante en su biografía “Au bal du Chance”. Seguramente, le tocó vivir uno de los periodos más convulsos y oscuros de la historia de Francia, pero no se le puede negar que estuvo a la altura.

Nada en la trayectoria de Edith Piaf fue convencional, Su nacimiento, según cuentan, se produjo debajo de una farola frente al número 72 de la rue de Belleville en París. Desde entonces la pequeña Edith Giovanna Gassion, su verdadero nombre, va pasando de mano en mano. Su madre, cantante ambulante, demasiado pobre para criarla, la confía a su abuela materna, quien a su vez la entrega a su padre, un acróbata. Son los años de la Primera Guerra Mundial y el señor Gassion es llamado a filas, así que tiene que dejar a su hija con su abuela paterna, la cual regenta un prostíbulo. Serán unos de los años más felices de su vida, por primera vez conoce un verdadero hogar, y recibe los mimos de las prostitutas de la casa.

Cuando por fin su padre es liberado del frente, la lleva consigo a vivir la vida de los pequeños circos itinerantes, pero la pequeña Edith guardaba un secreto, su prodigiosa voz, que una vez revelada, servirá para dar de comer a los Gassion, cantando canciones populares por las calles.

La vida de Edith Piaf no fue una “Vie en rose”, como dice su canción más célebre, sino una existencia llena de claroscuros. El amor y la tragedia se suceden constantemente, y en medio de todo ello, la intérprete se revela como una verdadera superviviente, para la que solo existe algo definitivo: “si no pudiera cantar, me moriría”, comenta varias veces. El primer golpe lo recibió a los 20 años. En 1935, a los dos años de edad, muere de meningitis su única hija. Un año después, grabaría su primer disco, “Les Mômes de la cloche” (“Los niños de la campana”). Su ascendencia es vertiginosa. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Edith es ya una estrella de la canción, adorada por el público, que canta en los más selectos clubs y music-halls de París.

A pesar de haber vivido romances con hombres tan conocidos como Marlon Brando, Yves Montand o Charles Aznavour, es en 1948, mientras realiza una gira triunfal por Estados Unidos, cuando conoce al que iba a convertirse en el amor de su vida, el boxeador francés, Marcel Cerdán, campeón del mundo de peso medio. Por primera vez, cree en la felicidad completa, pero una vez más la tragedia vuelve a golpearla, Cerdan muere en un accidente de avión cuando viajaba a reunirse con ella. Derrumbada por la pena, Edith Piaf se vuelve adicta a la morfina. En 1958, un grave accidente de coche empeora su ya deteriorado estado de salud y dependencia. A partir de entonces, ya solo podrá mantenerse en pie en escena gracias (o por desgracia) a esta droga.

El 10 de octubre de 1963, a los 47 años de edad, la musa de los existencialistas franceses, el icono de una generación, fallece, dejando desolado a su público y a un grupo de fieles amigos, que nunca la abandonaron en sus peores momentos. Dos años antes, al escuchar “Non, je ne regrette rien” (“No me arrepiento de nada”), había llorado de emoción al reconocerse en todos sus versos.

----------------------------------

Nota de Geisha: prometo traducir en breve esa canción y colocarla por aquí para no dejar al personal a media luz.

No hay comentarios: